Retrato en interior

El interior de un retrato

OSCAR ALONSO MOLINA

Las imágenes habían sido archivadas muy deficientemente por la fotografía y el cinematógrafo. Dirigí esta parte de mi labor hacia la retención de imágenes que se formaban en los espejos.

Bioy Casares -La invención de Morel-

El empleo de la biografía propia no sólo como material disponible a elaborar, con el que manejarse, sino como motor de toda la obra artística, es una constante para Guillermo Peñalver (Tarragona, 1982) desde sus comienzos. Tema y asunto, pretexto, lógica de una narración concreta que, al hacerse pública, aspira a alcanzar el valor de símbolo que universaliza lo que es tratado en primera persona y desde la óptica particular, incluso privada. Como espectadores asistimos, pues, a un momento que no nos pertenece en principio: ubicados en el centro de un escenario ajeno -por íntimo-, y codeándonos con personajes que mantienen muy estrechos lazos entre sí, pero que no son nuestros cercanos, nos sentimos inscritos al cabo en una acción excluyente, convocados pero sabiendo que nos inmiscuimos. No obstante terminamos por sentir como se nos interpela a un nivel que trasciende el detalle, hasta llevarnos a participar de todo aquello y vivir los vínculos. De ese modo, la reivindicación de la autobiografía sitúa al sujeto creador en el centro de un universo descriptivo donde vida y autoría se nos presentan más cerca que nunca.

Así, Guillermo Peñalver en esta exposición nos invita a su estudio, donde la vida profesional y la privada se funden sin solución de continuidad. De hecho, en su caso el ámbito doméstico y el taller de trabajo comparten el mismo espacio, los mismos muros y puerta, pero también idénticos ritmos cotidianos y rituales íntimos, a los que este proyecto, realizado expresamente para la ocasión, nos permitirá acceder de manera desinhibida pero sin exhibicionismo. Como muchos de los artistas cercanos que le sirven de referencia -de Hockney a Pérez Villalta-, al aparecer en sus propias imágenes como protagonista principal y a menudo único, Peñalver puede llevarnos a sus espacios físicos y mentales más reservados, a situaciones casi comprometidas, pero en último momento esquiva siempre, no sé si con más pudor que elegancia, el regodearse en aspectos procaces, escabrosos o simplemente morbosos. Incluso su despertar sexual, las dinámicas de aquellos primeros encuentros, o las tensiones eróticas cotidianas y sus fantasías, son asuntos que ha sido capaz de tratar con total franqueza sin hacer de ello espectáculo. Despreciando el escándalo público, la piedra de tropiezo, despliega un confortable espacio “de interior” en el que acogernos a nosotros, testigos indiscretos, frente a esas escenas tan reservadas y recónditas.

El mundo de los afectos (familia, amigos) y el mundo de las pasiones (pareja, amantes), componen sus mayores intereses a lo largo de su trayectoria. Entre medias encontramos esa suerte de autorretrato constante, en el cual él mismo ocupa realmente el centro de cada una de las historias que nos cuenta. Este autorretrato se ha vuelto ahora explícito en la serie que ha desarrollado como respuesta a la invitación para participar en el programa Conexiones, ocupándole de manera casi exclusiva en los últimos dos años. Esta suerte de narcisismo sin vanidad, vuelca ahora sobre el cuerpo propio lo que antes era una mirada al entorno más próximo, las caras familiares y cercanas. De esta manera, le hemos visto a menudo interesado en cuán intensas son las relaciones con quienes compartimos la existencia, así como el vacío, el dolor, la desorientación que dejan al abandonarnos repentinamente, o al alejarse poco a poco… Leídas como secuencia, estas acciones de su biografía de antes y ahora configuran el relato de estar vivo en el mundo, con sus rutinas y pequeños dramas o alegrías. La vida diaria, con esos cambios progresivos e incansable repetición de gestos, truncada por la muerte, o erosionada por su propio discurrir tan imperceptible como tenazmente, aboca a esta obra, que la toma en todo momento como punto de fuga, a un halo de intensa melancolía. Es inevitable: quien trata los asuntos vitales con tanto entusiasmo, aspira al menudo y quizá sin darse cuenta, a reificarlos, convertirlos en monumento, en algo memorable. Pero todo pasa; y así, con el mismo tesón o la meticulosidad, la infinita paciencia que caracterizan el proceso de su obra, Guillermo levanta un homenaje, sentido y de verdad que emocionante, a cuanto estima o ama, de cuanto se rodea.

En este aspecto, tal actitud sostiene una discreta pero innegable posición política, no obstante las apariencias que tienden por inercia a adscribir este trabajo bajo fórmulas ensimismadas, e incluso complacientes. Y es que, sin embargo, por decirlo con los argumentos de Anna Maria Guasch, la autobiografía así concebida, “adquiere una misión esencial: despojar las máscaras, deformar los rostros y establecer un constante y tenso diálogo entre figuración (o mímesis) y desfiguración (o ficción). A pesar de su insistencia temática en el sujeto, en el nombre propio, en la memoria, en el nacimiento, el Eros y la muerte, la autobiografía («la máscara que desfigura») estaría «ansiosa de escapar de las coerciones de este sistema». En conclusión, el yo no sería tanto el soporte de una vida, sino el resultado de su narración (mezcla de realidades fácticas y ficticias). Y como tal, sería tanto construcción como desfiguración”.

En efecto, como el propio artista advierte, la imagen “trata también de que el arte y la vida caminen juntos. De un aprendizaje, un recorrido, un testimonio de que hemos pasado por el mundo, gozado de sus placeres y sufrido con sus miserias.” En definitiva, aquel Fuit Hic [“Yo estuve aquí”], que escribían los antiguos para dar fe notarial de su presencia ante las personas que retrataban, las cosas y los acontecimientos que vemos aún siglos después en sus tablas y lienzos. Esa misma mezcla de pasado y presente eterno que persiste en las imágenes de Peñalver, resulta al cabo subyugante. Como dice el personaje de Bioy Casares fascinado ya por la máquina de Morel: “Mi alma no ha pasado, aún, a la imagen; si no, yo estaría muerto”…

El resultado de esta tensión entre forma, imagen y aliento es, en el caso que nos ocupa, un fenomenal conjunto de collages de gran tamaño y técnica deslumbrante, sin duda las más ambiciosas piezas que ha abordado hasta la fecha nuestro artista. Se trata de escenas protagonizadas sólo por él mismo, una y otra vez, mientras aparece enfrascado en acciones cotidianas (trabajar, cocinar, dormir, ducharse), en lo que literalmente es un mundo interior, tanto arquitectónica y físicamente, como metafórica y espiritualmente. Su mundo. Para ello Peñalver se acerca al dibujo de manera un tanto singular: podemos verle ejecutar tanto primorosos ejemplos de técnica tradicional a partir de grafito o lápices de color, como los sorprendentes collages que le han conferido la posición tan destacada que ocupa dentro de su generación. En este tipo de piezas a partir de recortables, llama la atención tanto la riqueza de papeles y cartulinas empleada, como la inteligencia a la hora de sacar partido a sus texturas, transparencias, brillos, grosores, mínimos contrastes, etcétera. En concreto, para nuestra exposición el artista ha reducido drásticamente el color de sus obras, concentrándose en un difícil ejercicio donde el blanco sobre blanco del papel es el sutilísimo recurso principal, apenas visible, muy difícilmente fotografiable, pero sobre el que la mirada atenta y paciente en vivo descubre una cantidad de matices y registros insospechada, confiriéndole a la contemplación el sesgo de la maravilla.

En la dinámica del ciclo Conexiones, nuestro artista se ha acompañado de obras invitadas provenientes de la Fundación Banco Santander y del Museo ABC. De la primera ha seleccionado un lienzo del argentino Julio Le Parc, fechado en 1976, atraído por el efecto que la pintura produce de ser una suerte de bajorrelieve, de recortes o de tiras de papel sueltas, así como por la el motivo sintético, abstracto y repetitivo de la figura. Esas líneas planas y ondulantes de la Modulación nº 66 de Le Parc aparecen, tras la “conexión” establecida por Peñalver, literalmente reproducidas en varios de los collages que presentamos convertidas ya en elementos figurativos, como chorros de agua, corrientes de aire o de calor, vapor, nubes, sueños… Por parte del Museo ABC, Peñalver ha elegido una simpática selección de ilustraciones que remiten a distintos aspectos de su propio autorretrato como profesional y como sujeto: desde la frágil arquitectura y el caos internos del estudio, ilustrado por el dibujo de Emilio Ferrer fechado en 1929, hasta la fascinación ante los más variados objetos, o la tendencia a poseerlos y acumularlos en heteróclitas series y conjuntos, pasando por la puesta en valor del trabajo y la habilidad manuales. Al este último aspecto responde directamente la ilustración de Fernando Mañero, titulada El hombre mañoso, del año 32, que nuestro protagonista ha interpretado como una suerte de proyección de sí mismo sobre el personaje de la viñeta, concentrado en la minuciosa labor de recorte y pegado de sus obras. De esta misma imagen cabe destacar también el contexto de ese hombre de interior, rodeado de sus cosas, aparatos y cachivaches, de esas colecciones citadas que aluden, como en El niño y el escaparate (1924), de Ángel Díaz Huertas, a la fascinación de Peñalver por el mundo de las mercancías y los objetos, desde antigüedades caras a banales bibelots de consumo, obtenidos lo mismo en sofisticadas tiendas de decoración como en almonedas o incluso basuras.

Universo fragmentario de formas, diseños, utilidades y referencias proveniente de la alta y la baja cultura, indistintamente, que trastocan el orden simbólico de los objetos-mercancía al ser mezclados indiscriminadamente entre sí. Como nos recuerda Ernesto L. Francalanci, “si en un tiempo las «cosas» que pertenecían al ámbito de la decoración se veían transfiguradas por el verdadero y único habitante del intérieur, el burgués, quien asumía la tarea cultural de cambiar la naturaleza misma de los objetos sustrayéndolos de su carácter de producto y, por tanto, de simple objeto de uso, y atribuyéndoles un valor simbólico de amateur, hoy la relación entre habitante y cosas se ha vuelto del revés: el conjunto de esos objetos ya no expresa el carácter íntimo de ese «lugar adonde el arte huye» que es el intérieur del que hablaba Benjamin, sino todo lo contrario. Todas esas «cosas» pertenecen al extérieur o, lo que es lo mismo, a los espacios de producción y comercio y de las infinitas vías de distribución y consumo de las mercancías.”

El caso es que esta tendencia a recopilar piezas de variada o ninguna utilidad, y rodearse de ellas, poseerlas, nos ofrece una clave valiosa para ese autorretrato que perfila toda la exposición, pues suponen la bisagra que vuelve reversible los mundos del estudio y de la vivienda, los del taller y el hogar, en el permeable espacio donde trabaja y habita Peñalver. Y así, van configurando otra suerte de auto-imagen a través no de rasgos fisionómicos, sino de otros adscritos a la psicología (el gusto, las pulsiones y tentaciones; lo que le proporciona placer, risa, grima, interés…), derivado de todas esas cosas que compra, recoge o recupera, y con las cuales reviste insistente, abigarradamente sus espacios, gustando de quedarse allí a solas con ellas. Esta faceta, tan marcada en él, ocupa un lugar en nuestro montaje a partir de una generosa muestra de esas colecciones que, como si de una cámara de las maravillas -o auténtico y heteróclito tesoro- se tratara, trazan un perfil suyo tan marcado como su propia efigie. Interpretándolos como un dibujo más, como un autorretrato más, la selección se concentra en esa parte de las piezas de predominante blanca, exactamente igual que los collages que nos presenta junto a ellas.

Finalmente un vídeo completa el recorrido, recordándonos que de vez en cuando éste es el medio elegido por el artista para formalizar sus trabajos o desplegar al mismo tiempo sus incursiones en el mundo de la performance, y que, sin haber ocupado nunca un espacio nuclear en su producción, tampoco ha sido nunca abandonado. Aquí la secuencia nos lo muestra bajo las coordenadas principales que rigen todo el proyecto: bajo la predominante del blanco y sus tonos, en sus espacios privados (taller, casa), con sus objetos, con sus collages, trabajando, recortando papeles, pegándolos, enfrascado en las actividades domésticas, fregar los cacharros, prepararse un café, en su aseo diario; construyendo una imagen del mundo a su medida; autorretratándose siempre.

 

[Naz de Abaixo, Lugo – Madrid, marzo 2019]