Disfraz del mito

La doble condición: «El minotauro soy yo»

Una conversación entre Guillermo Peñalver y Susana Blas.

«Sólo vuelvo a la doble condición animal cuando me miras. A solas soy un ser de armonioso trazado; si me decidiera a negarte mi muerte, libraríamos una extraña batalla, tú contra el monstruo, yo mirándote combatir con una imagen que no reconozco mía».

Julio Cortázar, Los reyes (1948)

Pensé en citarme con Guillermo Peñalver en un laberinto vegetal para hablar de su último proyecto: «Disfraz de Mito». Parece que Guillermo va a meterse en la piel del minotauro respetándolo, sumándose a la actitud de reconciliación con el hombre-toro que ya emprendieron Gide, Borges o Cortázar , entre otros. Se trata de salvar al minotauro, y con él salvarnos todos, asumiendo nuestra parte irracional y la subversión que aporta la sinrazón.

El punto de partida de Peñalver es liberador y luminoso. El minotauro en sus dibujos se presenta jovial, ataviado con una falda tutú trazada con la forma de un diminuto laberinto vegetal; y los prisioneros jóvenes, entregados como alimento para el monstruo, son hermosos jardineros de escultóricos cuerpos que le asisten abnegados en el mantenimiento de su florido hábitat. Es evidente que su propuesta de guiños sarcásticos tiene poco que ver con el minotauro picassiano sobrado de virilidad heterosexual.

Por eso surgió la idea de buscar un laberinto festivo y luminoso para nuestra conversación, un laberinto que se aleje de lo lúgubre y de lo subterráneo, como lo hacen sus pinturas. La propuesta del artista de encontrarnos en la Rosaleda de El Retiro me gustó. Conozco ese lugar desde niña. Largos caminos sinuosos ordenan la anarquía de las plantas. Además, la Rosaleda es una de esas naturalezas domesticadas sobre las que tanto ha trabajado el artista; y sin ser un laberinto ortodoxo mantiene la tendencia a los pasillos, las forzadas geometrías y los cambios de escala de sus perspectivas.

Sin embargo, días antes del encuentro y según iba recibiendo las cartas de Guillermo y los nuevos dibujos, sentí que antes de aventurarnos en el jardín debía conocer su estudio. Así que un poco a contrapelo, a horas intempestivas y con poco tiempo de reacción, me acerqué al taller.

Primera parte: el taller

«Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aquí ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud y la soledad».

Jorge Luis Borges, La casa de Asterión (1949)

Mis intuiciones no me engañaban. Dotado de dos plantas que permiten un flexible deambular, el estudio sí es el laberinto. Como el minotauro, Guillermo deambula entre pasillos de objetos, de libros, de muebles precarios, de obras inacabadas; con la comodidad del que vive solo, del que conoce el alma de su caos y las reglas invisibles de la inestabilidad de las cosas. Libros abiertos en huellas de lecturas, muchas tazas de café abandonadas y montañas de fetiches rescatados al tiempo, a los que se les ha otorgado una vida nueva.

S- Guillermo, percibo que eres un artista de rutinas, que en este espacio todo está secretamente ordenado, aunque yo no tenga las claves.

G- Es cierto. Tengo unas dinámicas que repito, unas costumbres. Te diré que antes compartía estudio y mi comportamiento era algo distinto, pero al instalarme solo… uno se encierra, y se vuelve animal. Y también que para mí, todo gesto cuenta, todo es mi anecdotario personal.

S- Por otra parte, eres una persona muy sociable, y con un grupo de amigos… muchos de ellos son artistas de tu misma generación; por cierto muy brillante, en mi opinión… y formáis un tipo de hermandad que me fascina.

G- Sí, soy sociable. Tengo muchos compañeros artistas; y también doy clases en la planta de arriba y vienen mis alumnos. Doy clases de pintura y dibujo sobre todo a mujeres y a algunos hombres. Tengo mano con las madres y padres… Pero también te digo que si me encierro a trabajar necesito mis rutinas y la soledad.

«Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. […] Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa».

Jorge Luis Borges, La casa de Asterión (1949)

S- ¿Y qué te pasa con las texturas…? Me preguntaste varias veces qué me gustaba desayunar, y hablas mucho de pintura y de comidas. También de las pieles de la pintura.

G- Es cierto. Tengo mis manías, entre ellas se encuentra la comida. Para mí no solo cuenta el sabor sino las texturas. De niño, cuando cada martes tocaban legumbres con repollo en casa yo caía enfermo. Detesto la materia, y detesto la materia en la pintura. Necesito que las cosas estén bien acabadas. Comencé a utilizar papel para relajar mis tensiones con la pintura. Soy muy maniático con sus «pieles» y el papel me ofrecía superficies lisas y pulcras sin volverme loco. Utilizo el papel como si fuera pintura, compongo igual, solo que aquí hay que recortar y pegar. Esto me da cierta libertad ya que durante el proceso de elaboración queda todo suelto y da pie a improvisar. Por ejemplo, situé el primer jardinero recto, pero el segundo se movió, como si estuviera vivo, y así se quedó, peleándose con los elementos.

  1. Finalmente no has incluido el cuadro titulado Yo, que es una suerte de autorretrato.
  2. Yo es un cuadro que tiene que ver con la serie pero es verdad que lo he descartado. Es una obra que me perturba mucho.

S- Pues parece un cuadro clave, una llave.

G- Efectivamente. Cierra y abre una etapa.

S- Es un autorretrato, y además está tu casa.

G- Sí, si lo miras bien, ahí está mi casa familiar en Alcalá de Henares, que representa mi familia, mi infancia. Es el lugar donde siempre regresas. Y también estoy yo, y la naturaleza domesticada. Aquí yo trato de domarme a mí mismo. En el rostro me salen cardos, un poco como la barba al salir… Los cardos pinchan pero también poseen unas flores muy hermosas. Es una obra que me pone triste.

S- Es un cuadro puente, no hay la menor duda; pero el cuadro clave del proyecto es El estudio, un homenaje a tu admirado Guillermo Pérez Villalta, que es tu gran referente.

G- Sí, quise hacer un homenaje a Pérez Villalta, a su cuadro El taller (1979). Hablo de mi manera de trabajar, de ese laberinto que es el taller, donde suceden todas las cosas y donde escojo un posicionamiento hacia una pintura muy determinada, reflexiva sobre la propia Historia de la pintura. Fíjate que he incluido dos mesas: la de pintura y la de dibujo.

S- Y la de dibujo la dejas vacía.

G- Quizá porque para pintar sí lleno más. Cuando dibujo parto del vacío, de la mesa limpia. En pintura hay que esforzarse mucho.

  1. Eso implica mucha responsabilidad.

G- Sí, la Historia de la pintura es una losa potente.

S- Veo que los arbolitos entran y salen, pero que también hay llamas… fuego.

G- Todo en la vida tiene que arder.

S- Y en el cuadro aparece una ballena, que veo llevas tatuada en el brazo.

G- La ballena es uno de mis fetiches, uno de los primeros animales que utilicé. Una ballena transportada sobre un camión. Todo viene de una anécdota personal. Cuando trabajaba dando clases de dibujo en Parla, cada día conducía por la autopista y me enfrentaba a esos inmensos camiones que en los días de viento y lluvias, al pasar a mi lado, hacían un ruido profundo y particular… un ruido feroz. Yo iba con mi furgonetilla y me sentía un pececito entre las ballenas. Me remitía a una idea de lo imposible, al componente felliniano en la vida, que tanto me interesa.

Segunda parte: El jardín

«Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras».

Jorge Luis Borges, La casa de Asterión (1949)

S- Ya estamos en la Rosaleda, en otro laberinto. Te veo extrañado. ¿Qué te sorprende tanto?

G- Que huele a rosas maravillosas y no a acrílico. Mi laberinto siempre huele a acrílico.

S- Es cierto, y aquí hay parejas de novios haciéndose fotos. En tu laberinto hay jóvenes cortando setos, tus jardineros. En la versión de Borges, el Cabeza de Toro no llega a matar a los jóvenes. En tu caso también los salvas, y hasta los pones a trabajar en el jardín, recortando los setos. Me aventuro a intuir que en tu laberinto también entrarán amigos, amantes y quizá les pongas a recortar papel. Pero en la versión de Borges mueren de miedo, no llegan ni a toparse con el toro. La entrega a la pintura es muy sacrificada y no debe dejar mucho tiempo libre.

G- Es cierto que esta es una vida dura. Pintar y dibujar son actos de amor. Muy pocos aguantan convivir con alguien que se somete a tantas renuncias. El arte es un novio que te quiere… pero muy tormentoso.

S- Vaya sentencia acabas de darme… ¿Y la naturaleza?… Seguimos empeñados en domesticarla.

G- Sí, a mí me preocupa el abuso que hacemos del medio natural. A este paso no dejaremos nada a las nuevas generaciones… Yo no voy a tener hijos, pero me preocupa.

S- Qué claro tienes que no vas a ser padre.

G- Es que el arte es una decisión de vida. Y cuando tomo una decisión voy a por todas.

S- ¿Puedo preguntarte cuál es tu signo del Zodiaco?

G- Tauro. ¿Qué otro podía ser?

S- Luego la iconografía del toro te acompaña desde niño.

G- Sí. Tenía de hecho una figurita de un toro (el muñeco-personaje Tauro de la serie de dibujos  Los caballeros del zodiaco) que me regalaron mis padres, con una armadura. Y pienso bastante en las armaduras, en las corazas que nos ponemos para salir a la calle.

S- En el disfraz.

G- Eso es. Me acuerdo ahora de la escena final de El mago de Oz, cuando descubren que el mago es un personajillo que acciona una compleja maquinaria de trucos. Por eso en el dibujo El paseo estoy empujando un carrito, y se desvela que el monstruo es solo una máscara que yo muevo. Por otra parte, sigo vigilando desde lo alto de los setos.

Se nos hace tarde y buscamos la salida entre los pasillos de flores. Las parejas se hacen fotos para el álbum de recuerdos. Un jardinero recorta algunas flores con una podadora y en silencio nos miramos.

Me despido de Guillermo que cruza la calle con tráfico para llegar a su trabajo en la librería. De pronto una imagen y una idea me vienen a la mente: la ballena montada en el camión recorriendo la autopista, y «la pintura es ese novio tormentoso que te quiere».

 

*1 André Gide, Teseo (1946); Julio Cortázar, Los reyes (1948); Jorge Luis Borges, La casa de Asterión (1949).