Quizá se trate de una suerte de “lógica del duermevela”, donde el terreno de lo deslizante nos permite todavía apoyarnos en la realidad y sus certezas, al tiempo que las somete a un cierto vaivén estroboscópico, un estar y no estar “ahí”…
Eso explicaría, por ejemplo, la casi maniaca presencia del detalle (pelo a pelo, brizna a brizna) en su trabajo, así como la férrea sujeción al orden de la representación en estas escenas, de donde, por cierto, y para mayor inquietud nuestra, el hombre ha desaparecido.
Metafísica “ausencia humana del hombre” en su mundo -tan delirante como minucioso, tan divertido como desasosegante-, que si para De Chirico remitía originalmente a una supuesta Era Terciaria, donde lo humano aún no había hoyado la superficie de la Tierra, en Peñalver es más bien, y no sin algo de ironía, sencillamente el “tiempo de la pausa”, que no el de la espera.